sábado, 20 de febrero de 2010

"Mujeres de arena" - Guadalajara


Xavier Garabito
El Occidental
20 de febrero de 2010

Aequat Omnes cinis
Séneca

Decíamos ayer y si no lo decíamos lo pensábamos, que quien no ha estado en el desierto no sabe lo que es la nada. Así empieza "Mujeres de arena", teatro documental con textos de Antonio Cerezo Contreras, Marisela Ortiz, Denise Dresser, Malú García Andrade, María Hope, Eugenia Muñoz y Juan Ríos Cantú. Dramaturgia: Humberto Robles. Dirige Moisés Orozco.

Escena 1: Ciudad Juárez. Cuatro actrices, Lucía Cortés, Judith Hernández, Gaby Domsal, Flor Valencia, y un actor-músico, Luis Carlos Wong, en sendos bancos. Cinco velas encendidas. Entre escena y escena acompañamiento musical con una guitarra. Antes de comenzar la obra se dice, ya sea por uno de los actores o al micrófono: Esta obra está dedicada a la memoria del joven estudiante de 21 años Pável González, asesinado el 23 de abril de 2004. ¡Contra el olvido y la impunidad!

"Mujeres de arena" es el recuerdo y la denuncia de las cientos de mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. También es la representación del dolor inmenso de los familiares impotentes ante la falta de ayuda de las autoridades mexicanas, que en muchas ocasiones se niegan a buscar el paradero de las desaparecidas.

Las críticas recibidas avalan la función social de la obra. "El conjunto de testimonios son desgarradores y a veces insoportables, y al mismo tiempo son una oportunidad para reflexionar sobre la inmensa descomposición de un esquema económico y político que ha llevado a la ruina al país", destaca un crítico argentino.

La violencia ha trastocado el Estado de Derecho. Nos encontramos en el umbral de un Estado fallido. Somos testigos cada vez más de la incapacidad de los gobiernos para garantizar la paz social.

El escritor Albert Camus se refirió en alguna ocasión a los hombres de su generación como vidas sin porvenir, sin influencia, sin promesas de maduración y mejora, vidas de perros. Obviamente se refería a los rastros que dejó en sus contemporáneos el haber presenciado durante y después de la Segunda Guerra Mundial la mentira, el envilecimiento, la muerte, la tortura y, sobre todo, la impotencia para disuadir a los que hacían de no hacerlo. Pero esta sensación de la que hablaba Camus no sólo caracterizó a una generación sino que tuvo su secuela en las generaciones posteriores. Es aquí donde los avances científicos y tecnológicos, y en particular la revolución informática, han aproximado peligrosamente lo real y lo virtual, el mundo y la ficción.

El resultado también es ambiguo: impotencia y miedo. En una conversación reciente este pobre cerebro mal pintado hizo un comentario en relación a la simbiosis impotencia y miedo. ¿Cuáles son las sensaciones que experimenta un mexicano que asiste a concentraciones políticas de protesta? Miedo, efectivamente, temor, y se tienen motivos de sobra para tener miedo, porque al mismo tiempo de la campaña mediática que hace brillar al Ejecutivo en un espectacular frente de guerra concurren negros antecedentes debidos a la histórica represión gubernamental. (¿Guerra contra qué, contra los narcotraficantes? ¿Contra el crimen organizado? ¿Por qué no contra la corrupción, hermana gemela de aquellos?), la fuerza del Estado se ha ejercido contra los campesinos, los médicos, los electricistas, los obreros, los estudiantes.

Miedo por eso, porque la historia repite. Sin embargo el sentimiento de impotencia queda de lado, cuando el ciudadano deja sentir su fuerza a las autoridades gubernamentales. Sí, claro, temor, pero no impotencia: fuerte la voz, la mano alzada más arriba de la cabeza.

Finalizo esta entrega con un bello poema de Roque Dalton: No te pongas bravo, poeta / La vida paga sus cuentas con tu sangre y tú sigues creyendo que eres ruiseñor / Cógele el cuello de una vez, desnúdala. Túmbala y haz de ella tu pelea de fuego, rellénale la tripa majestuosa, préñala. Ponla a parir cien años por el corazón. / Pero con un lindo modo, hermano, con un gesto propicio a la melancolía.

¿Ya ves? Imperan la corrupción y la impunidad, pero no el silencio.